miércoles, 5 de mayo de 2010
ARMADA 95
La guerra de abordaje entre los patriotas del Orinoco.
Los marinos de Brión después de haber capturado cerca de Los Frailes (el 1º de mayo de 1816) al bergantín realista "Intrépido”,le tomaron el gusto a los abordajes.
Aquella incipiente artillería "parapeteada" a bordo de esos pequeños buques no constituía una amenaza decisiva para un verdadero buque de guerra,los cañones eran medianamente eficaces solo cuando se les disparaba a corta distancia, siendo sus montajes tan precarios e inestables, que era muy difícil acertar sobre el blanco escogido. Además los artilleros eran por regla general, marineros o soldados aprendices, escogidos casi a mano alzada, cuya experiencia si es que tenían alguna,todavía no se había desarrollado lo necesario. A falta de pan buenas son tortas.
Arte y ciencia?
La artillería –aun en sus primitivos comienzos-fué un arte y una ciencia. Apuntar directamente desde un buque en movimiento contra otro buque en movimiento, no garantizaba impacto en lo más mínimo. Para dar en el blanco(de un móvil a otro móvil) era menester solucionar sobre la marcha un problema de cinemática algo complicado, a menos que el disparo se hiciera "a boca de jarro”, que era como pegarle un tiro al suelo.
En tierra ( en Punta Cabrián) donde los cañones estaban firmes en su emplazamiento, probablemente el problema de la puntería era menos difícil. Aunque también en estos casos,algunos ajustes debían hacerse para compensar entre otras cosas: el movimiento del blanco,la acción del viento sobre el proyectil y los efectos de la elevación del cañon con respecto al alcance o distancia que se quería lograr. En lugar de apuntar exactamente al blanco enemigo, era necesario "tirarle adelante" como se hace con los conejos cuando se les caza a la carrera, o cuando se practica el deporte de tiro al platillo, donde la escopeta se apunta hacia una posición avanzada.
Todo el mundo no servía para artillero. Cuando el convoy de La Torre escapó navegando el Orinoco aguas abajo, recibió varios impactos de la abundante artillería de Brión. Pero la gran mayoría de los disparos no dieron en el blanco, lo que demuestra cierta incompetencia de los cañoneros.
Como espectáculo era algo muy llamativo, las bocanadas de humo, los contínuos fogonazos, el estruendo ensordecedor, pero la mayoría de las balas de hierro de diferentes calibres, acuatizaban en medio del canal levantando las clásicas columnas,sin golpear a nadie en particular. "Los insurgentes no pegan ni con engrudo". Así lo manifestaban burlonamente los mismos españoles a quienes habían estado destinadas en principio esas descargas. En honor a la verdad, la mayoría de los tiros se perdieron, los menos dieron en el blanco,por casualidad como el burro de Iriarte.
Abordajes sí!
Lo que si dió resultado esta vez fué la ejecución de abordajes a diestra y siniestra. Para abordar lo único que debia hacerse era dirigir la proa lo mas directamente posible contra el costado del objetivo. Que se rompiera la proa del barco propio eso no importaba mucho por los momentos, después se podría reparar.Lo importante era lograr el contacto rápidamente con el buque enemigo, pegársele a un costado como una sanguijuela, lanzar los rezones y garapiños, para luego proceder a montarse rápidamente sobre el barco enganchado sin esperar por el permiso de los dueños.
Brión había dictado instrucciones para que todas sus tripulaciones se adiestraran sin descanso en ese tipo de combate y eso se cumplía al pié de la letra. A bordo de cada buque existía por órdenes del Almirante un grupo considerable de marineros o infantes de marina conocidos como el “destacamento de abordaje”, cuya tarea era trepar por la borda de cualquier buque enemigo, abrirse paso hacia las cubiertas y los castillos repartiendo acero y plomo por todos lados. Estos grupos sabían desempeñar su trabajo con maestría.
El arma preferible para ellos era el “machete de abordaje”, instrumento tan afilado que podía rebanar un cabello en el aire. Los abordadores no deberían tener escrúpulos ni temerle a la sangre derramada. Es verdad que en esos tiempos y en ese tipo de guerra se derramaba mucha sangre. Destruír al enemigo en una cerrada pelea a machete era el mejor reto de un guerrero,y una gran oportunidad para distinguirse. Nadie debía detenerse a recoger a los muertos o a los heridos.Lanzarlos al agua era la consigna predominante, sin consideraciones de rango, religión o apariencia.
Visto de un solo lado parece una acción bárbara y cruel y en verdad lo era. Pero nunca se debe ésto considerar como un asesinato a sangre fría. Recuérdese que el enemigo enfrente no era precisamente manco, mucho menos un niño de pecho. Sabía defender su territorio con tanta ferocidad como la que mostraban los atacantes, y contaban además con la ventaja de pelear en su patio y con la obligación de salvar su barco, su propia vida y la de sus compañeros.
Al sentirse abordados, los defensores de un buque prácticamente "saturaban" las cubiertas con fuego de fusiles y armas cortas, disparaban los pedreros y las carronadas que habían sido emplazadas en posiciones adecuadas para poder cubrir con sus mortíferas cargas de metralla, aquellos lugares por donde ya preveían que habrían de avanzar los atacantes. En resúmen,abordar un buque enemigo no era ninguna “mantequilla”, se necesitaba una buena dosis de arrojo y valentía.
Una característica de los combates cuerpo a cuerpo durante los abordajes, era la prohibición de pedir o dar cuartel. Después de comenzada la pelea, era difícil pararla y no había chance alguno para estar con negociaciones.
La oportunidad de rendirse la tuvieron antes, podían haber arriado la bandera del buque y soltado las armas,pero no habiéndolo hecho oportunamente,debían entonces someterse a las leyes de la guerra y atenerse a las consecuencias. Ahora,
en pleno zafarrancho, era demasiado tarde para conversar.
Solamente los capitanes estaban autorizados para imponer o aceptar condiciones, y nadie más que ellos. Si alguien lograba salvarse de la carnicería, era porque se había ocultado en alguna bodega o procuraba que por pura casualidad se les reconociese como “no beligerantes”. Jóvenes músicos, enfermeros, doctores y capellanes se ubicaban por lo general en esa categoría, siempre y cuando se presentaran sin armas en la mano y portando a la vista algún indicativo de no combatiente. Quien mañosamente, para salvarse pretendiera suplantar a alguno de los nombrados y fuera descubierto en su tramposería, era colgado por el cuello en el penol de popa hasta que dejara de patalear, en cuyo momento se arriaba con toda delicadeza y se echaba al agua, para beneplácito de tiburones o caimanes. Así eran las reglas.
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