viernes, 13 de febrero de 2009

ARMADA 18


Inglaterra. El proyecto secreto de Felipe II.

Felipe II, quien había tenido mucha influencia en Inglaterra nada menos que por haber sido el esposo de la propia Reina María I, acariciaba su proyecto ,un proyecto secreto de ocupar las Islas Británicas y anexarlas al imperio español. Su principal propósito era restablecer la religión católica , vengar el martirio de María Estuardo recientemente decapitada (1587) y de paso terminar con la agresividad existente en Inglaterra contra los españoles. Excusas pues las tenía de sobra, porque Elizabeth I había ordenado mantener el protestantismo a sangre y fuego, inclusive ejecutando a muchos dignatarios entre sus connacionales por atreverse a criticar su fundamentalismo religioso, una costumbre que no era de por sí novedosa, ya que su predecesora en el trono, la reina María Tudor ( la católica esposa de Felipe) también había mandado a ejecutar unos cuantos personajes notables que ante ella tuvieron el valor de defender el protestantismo y repudiar la fé católica. Por eso fué que la bautizaron María la Sanguinaria (Bloody Mary), los mismos subditos ingleses.



Reinado de Felipe II. La Gran Armada llamada la Armada Invencible.

El proyecto secreto de Felipe II muy pronto se materializó con la puesta en escena en 1588 de "la Grande y Felicísima Armada" o "Gran Armada" como la bautizaron los españoles con especial orgullo.

Esa expresión de "Armada Invencible" fué realmente acuñada por los ingleses y por algunos críticos españoles con picaresca e irónica intención, a veces con un amargo tono de burla y por supuesto-oficialmente- nunca fué llamada así. Esta importantísima flota fué enviada contra Inglaterra para apoyar un ejército al mando del Duque de Parma, Alejandro Farnesio, que invadiría el territorio insular cruzando el estrecho de Dover. Este ejército se encontraba actualmente operando en los Países Bajos procurando sofocar la rebelión que mantenían los holandeses flamencos contra la ocupación española de su territorio. La Armada contaba con unas 130 unidades, entre naves de guerra propiamente y buques mercantes militarizados. Su inmensa dotación constaba de 65 buques mayores entre galeones y carracas,- 25 urcas, 19 pataches, 4 galeazas napolitanas, 4 galeras, 20 carabelas-entre los de mediano porte y el resto eran buques de transporte y auxiliares que conducían las tropas y los suministros. En cuanto a personal involucrado, contaba con un total de 31000 efectivos entre oficiales, marineros y soldados.
El fracaso de la campaña no fué el resultado-como se há dicho-de la acción contundente de la marina inglesa. Nunca fué la flota "desbaratada"por sus enemigos en lucha abierta, aunque si hubo de todo un poco dentro de una sorprendente cadena de eventos trágicos. El desastre fué consecuencia de varios factores, primero un defectuoso liderazgo, debido a que el Rey tomó las decisiones estratégicas en forma casi unilateral, sin consultar -como era su costumbre-a los mandos que habrían de cumplir la misión y como es natural, éstos no tuvieron suficiente márgen de tiempo para planificar la complicada operación y adiestrar debidamente a sus mandos intermedios, tripulaciones y flotillas en aquellos asuntos fundamentales relacionados con el manejo de una considerable flota. Sabían los mandos que algo iba a suceder, porque los preparativos avanzaban, aunque ignoraban "el que , el donde y el cuando".Todo se convertía en puros rumores, pareceres y conjeturas. Secreto para todos-menos para los ingleses que tenían "espionajes"montados en el mismísimo centro de las decisiones.
El segundo factor fué sin duda, la acción decidida que muy oportunamente opusieron los británicos en defensa de su soberanía y para quienes como es sabido era un asunto vital. Para ellos no existió en ningún momento el factor sorpresa.
El tercer factor-el mas importante de todos- fué la conjunción de severas condiciones meteorológicas imperantes en el estrecho de Dover, en el Mar del Norte y en las costas inglesas, escocesas e irlandesas en esas fechas particulares y en aquellos lugares que incidentalmente fueron escogidos para entrar en acción.

Reinado de Felipe II. Las tácticas navales aplicadas.
También la táctica bien o mal aplicada jugó su parte. Los ingleses contaban con castigar al enemigo combatiéndolo desde cierta distancia, utilizando solamente sus cañones y sin acercarse demasiado a él. Acercarse era en verdad muy peligroso y los ingleses lo sabían, los españoles se empecinaban en la atrasada pero intimidatoria idea ya aplicada por ellos en Lepanto, de aparejarse con el enemigo costado con costado, engarzar las bordas con sus cuerdas de rezones, garabatos o garapiños evitando que los buques se separaran después de enganchados, luego muy rápidamente lanzarse con planchadas o sin ellas a efectuar el tradicional abordaje como solían practicarlo en las galeras, terminando todo en una carnicería cuerpo a cuerpo en las cubiertas, pasillos, mástiles y cabuyerías de los buques abordados y también en los buques abordadores con casi idéntica proporción. Claro que también tenían los españoles su propia artillería, pero la utilizaban de otra forma, es decir para disparar a las arboladuras enemigas a corta distancia para destrozarlas, dañándolas lograban que el buque atacado perdiera propulsión y arrancada, que disminuyera su velocidad o se detuviera totalmente, para así poder entonces acercarse por el costado más conveniente y lanzar su infantería al mortífero abordaje.
Los abordajes -una terrible experiencia sin duda- tenían que resultar feroces por naturaleza y eran ejecutados con la mayor rapidez posible, a filo de espada, cuchillo, lanzas y machetes, con profusión de fuego a quema ropa y con el máximo de violencia que fuese necesaria. Lo menos que se podía perder en esa infernal trifulca, era un brazo, una pierna o una mano, aunque por regla general se perdían la cabeza, el tronco y las extremidades. Podemos imaginar la angustia de esos soldados en el instante mismo de lanzarse al ataque. No había espacio para el titubeo ni para la cobardía, existían órdenes precisas de ejecutar a los cobardes sin fórmula de juicio, en el mismo sitio y por sus mismos compañeros, aunque posiblemente el temor a morir de cualquier modo, inspiraba a los combatientes-aún siendo cobardes- a cumplir grandes proezas. Se dice que de la cobardía al heroismo no hay mas que un paso. Es bueno considerar que la mayoría de los soldados lanzados al abordaje no sabían nadar y que lo menos que les esperaba era caerse por la borda o ser desintegrado in situ por una lluvia de "metralla", cualquiera de las dos. Pensar un poco en los infelices reclutas combatiendo en Lepanto, embutidos en aquellas armaduras tan horriblemente pesadas y sin contar siquiera con un simple chaleco salvavidas, que según parece no habían sido todavía inventados. Y no es que fueran primitivos aunque querámos verlos así, eran soldados equipados, pertrechados y adiestrados con el último grito de la táctica y de la estrategia. Para el momento de su debut, esos soldados eran la élite de sus respectivas organizaciones. De nada les valía sin embargo ser unos campeones de natación, si al caer al agua el peso de la coraza era más que suficiente para que un cristiano de esos cogiera fondo de inmediato y allá abajo se quedara para siempre. Razones más que de peso para atacar de frente y no retroceder jamás. Agua decían ellos...ni para beber. Al que retrocedía lo alanceaban por la espalda presumiéndolo cobarde. Así que ante la disyuntiva de perecer arponeado por retaguardia, o morir tasajeado por delante, era preferible esta última opción, dando la cara al fin y al cabo como se esperaba "de un buen soldado español."
Cuando se anticipaba un abordaje, el comandante del buque mandaba a instalar en sitios apropiados de su unidad, unos cañones de corto alcance pero de grueso calibre que solían rellenar hasta la boca con toda variedad de "delicatesses"; tornillos, clavos oxidados, pedazos de hierro, tuercas, casquillos de botellas, cadenas, piedras, porcelana quebrada, perdigones de diversos tamaños, huesos de animales y cualquier otro material del que se pudiera echar a mano. Esos cañones auxiliares se llegaron a llamar en el siglo XVIII "carronadas" y no tenían ubicación fija, eran piezas móviles, que se colocaban sobre la cubierta principal o en los castillos de proa y popa, o donde fuera necesario, amarrados firmemente con cuerdas de cáñamo para mantenerlos en su lugar y no se desplazaran con el bamboleo. Como es de suponer, sus inmensas bocas estaban apuntadas directamente hacia aquellos sectores considerados críticos por el comandante del buque o por el mismo jefe de artillería.; sitios éstos por donde se presagiaba que debía producirse el abordaje. Es fácil entonces imaginar el estrago desvastador que estos artefactos podían causar a los abordadores en pleno fragor de la batalla, estrago que alcanzaba en ocasiones hasta a los mismos defensores que en esos momentos y casi en el mismo sitio se encontraban muy atareados librando su lucha cuerpo a cuerpo. Se tenía como costumbre disparar esa mezcla mortífera casi a quema-ropa sobre el sector amenazado, sin importar demasiado las bajas que pudieran causar a las tropas amigas. (Este era por cierto un caso similar al que se presenta en las guerras actuales, cuando estando amenazada la propia posición por un masivo asalto del enemigo, es necesario a veces solicitar a la propia artillería que concentre sus fuegos sobre dicha posición, sin importar las consecuencias). Tal vez por esas circunstancias es que las bajas sufridas por ambos bandos en las batallas de Lepanto y en otras batallas similares hayan sido tan numerosas. Hablar de 40.000 bajas entre muertos y heridos en un solo día y en una sola batalla campal, nos parece que fuera como demasiada carnicería.

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