Reinado de Felipe II.
Una cadena de contratiempos para la Armada Invencible.
Despuès de zarpar de La Coruña, la Armada comenzò muy pronto a tropezar con dificultades de toda ìndole. Navegar hacia el nor- èste, transitando el Canal de La Mancha con viento desfavorable, les resultaba laborioso y cuesta arriba. Las bordadas sucesivas para lograr algùn avance, eran interrumpidas constantemente por la flota inglesa que la iba acosando a corta distancia y efectuaba ataques intermitentes casi a voluntad, con fuego artillero preferiblemente, aunque evitando el contacto directo y los temidos abordajes. Los fuegos ingleses hacìan mucho daño sobre los cascos y las superestructuras de los buques españoles. En cambio que los cañonazos españoles parecìan hacer muy poco daño en los barcos ingleses. Eso era un misterio, considerando que la artillerìa española poseìa excelentes artilleros, su dotaciòn de piezas era abundante, se disparaba a corta distancia y algùn efecto debìa por lògica estarse produciendo, pero aparentemente no se producìa.
Reinado de Felipe II.
Combates navales y desbandada.
Hubo un encuentro de importancia, cerca de Portland. Esto no produjo daños de mayor significaciòn en ninguna de las dos partes aunque hizo disminuìr la existencia de municiones en ambos lados . Como las reales òrdenes para Medina Sidonia eran de apoyar a Farnesio cuanto antes, decidiò aquel, en lugar de trabar un combate decisivo, continuar la aproximaciòn hacia Dunkerque buscando la oportunidad de reunirse con el Duque de Parma y discutir los planes de la invasiòn .
Remontando como les fuè posible, llegaron al sitio de Calais (en territorio francès) y echaron anclas un poco màs adelante procurando eso sì, mantener a todo trance las condiciones de despliegue tàctico . No se arriesgaron a recalar en Dunkerque ( situado a unas 30 millas de distancia ) atendiendo a la recomendaciòn de los pilotos, quienes determinaron que ese sitio no era adecuado para el calado de los grandes buques, por causa de las barras arenosas que se formaban y extendìan por varias millas afuera. Fuè por esta razòn y por la ausencia de viento consistente, que debieron permanecer en el fondeadero, sin percatarse tal vez que esa posiciòn estàtica los volvìa sumamente vulnerables, posiblemente bajo la falsa creencia de que los ingleses no se atreverìan a atacarlos en ese puerto cuasi- neutral . Pero los ingleses eran listos y no podìan perder la oportunidad que se les presentaba . Ubicados a corta distancia , esperaron refuerzos procedentes del Tàmesis al norte. Una flotilla al mando de Lord Seymour repleta de municiones y otros elementos de guerra, llegò en la tarde de ese dìa 7 de Agosto. Percatàndose los ingleses que la corriente de marea fluìa en direcciòn hacia la compacta formaciòn española, y tambièn el viento, decidieron lanzar un ataque de brulotes (buques incendiarios) durante la noche, pese a que no habìan madurado esa idea previamente. Era un blanco de oportunidad que no debìa desaprovecharse, y para eso seleccionaron algunos viejos buques que llevaban a remolque, los llenaron de todo tipo de material que pudiera arder y los lanzaron prendidos sobre la inmòvil Armada. Ante tremenda sorpresa, los españoles debieron cortar las anclas (* ) para no ser alcanzados por los buques ardientes. Cobrar normalmente las anclas , usando los cabrestantes (operados a mano por marineros ) hubiera sido un recurso muy tardìo. No teniendo viento suficiente para reasumir una formaciòn cualquiera , la flota quedò dispersada y costò mucho trabajo volver a medio organizarla y hacer que recuperara una aceptable condiciòn de combate. El mismo viento los arrastrò desorganizadamente hacia la costa , muy cerca de la poblaciòn de Gravelines (entre Caláis y Dunkerque). Careciendo de anclas no habìa forma ahora de fondearse y estando a la deriva, sus maniobras eran erráticas, torpes y faltantes de toda coordinación con los otros buques. Muchos de ellos chocaron y contribuyeron a formar una “melee”, un zafarrancho incontrolable con propios y extraños, creándose pràcticamente en el sitio un infierno de fuego, gritos e imprecaciones, es decir un caos total..
Los ingleses de la periferia ,que ya estaban preparados de antemano; cargaron entonces con decisiòn, aprovechàndose del desorden reinante. Era para ellos el momento oportuno y no iban a perderlo. Se acercaron lo màs posible al enemigo para mejorar el efecto de su artillerìa, aunque no tan cerca como para dejarse enganchar en ningùn abordaje. A esa distancia, sus disparos produjeron un efecto demoledor,comenzaron a penetrar los cascos de los buques españoles, causàndoles terrible caos en las cubiertas inferiores donde se emplazaban las baterìas artilleras. El daño fuè muy grande, hubo incendios y explosiones, bodegas inundadas, unos cuantos buques fueron totalmente desmantelados, otros se vararon en la playa y muy pocos de ellos pudieron escapar al castigo. Las pèrdidas humanas fueron muy altas por parte de la Gran Armada y casi inexistentes para los ingleses . Todo un desastre militar. Se dice que la derrota de Gravelines se debiò a la municiòn española defectuosa. La balas de cañòn estaban elaboradas con hierro de mala calidad, lleno de impurezas que lo hacìa demasiado quebradizo.
Al chocar contra el casco de un buque, la bala se desintegraba sin penetrar. Se dice que era un defecto de fundiciòn y otros sospechan que eran consecuencia de manejos corruptos al dotar a la Armada con materiales de dudosa calidad . Si los buques españoles aparecìan con miles de perforaciones por todas partes, es un misterio que los buques ingleses no presentaran perforaciones en el casco, cuando los españoles disparaban sus armas contra ellos en igualdad de condiciones y casi a boca de jarro. Si esto fuè asì, podrìa decirse que allì estuvo una de las causales de la derrota de la Armada.
Es cierto que fuè derrotada, pero ese fracaso se debiò a muchos factores. El desatinado plan del rey Felipe II, los defectos de construcciòn en las naves , el mal desempeño tàctico de ellas y tal vez-como se comentò antes- los pertrechos defectuosos.
Nadie se hà atrevido a cuestionar el valor y la integridad de los hombres que militaron en ella. Los mismos ingleses que combatieron a la Armada, no llegaron a cantar victoria, porque en su opiniòn no hubo tal victoria.. Quedaron decepcionados porque- segùn ellos- ni Portland ni Gravelines fueron batallas exitosas. Lo ùnico que los llegò a consolar y que consideran un logro fundamental, fue el hecho de haber evitado que la Armada pudiera reunirse con el ejèrcito del Duque de Parma, interrumpiendo asì la temida invasiòn a Inglaterra. No habiendo logrado ese objetivo, que era precisamente la misiòn asignada por el Rey Felipe, la Armada llena de frustraciòn y perseguida constantemente por el enemigo encarnizado, decidiò retornar a sus bases, no regresàndose por donde vinieron sino haciendo un penoso recorrido alrededor de las Islas Britànicas por encima de Escocia y de Irlanda. Fuè allì y nó en el combate propiamente dicho , donde la Armada Invencible enfrentó su verdadero desastre. Sus yà maltratados buques, construìdos para ambientes costeros en su mayorìa, fueron virtualmente destrozados uno a uno por las condiciones climàticas del implacable Atlàntico Norte. Comenzaron poco a poco a desbaratarse, muchos en condiciones lamentables debieron recalar a las costas de Escocia, de Irlanda, de Inglaterra y de Francia con sus tripulaciones diezmadas por las enfermedades, el cansancio y por la desnutriciòn. Algunos buques se fueron a pique en medio del ocèano y no se supo màs de ellos ni de sus tripulaciones...... la mar se los tragò sin remedio.
(*) Cortar las anclas há sido siempre un procedimiento de emergencia. En aquellos tiempos se lograba cercenando con golpes de hacha el cabo del ancla. El proceso de recuperar el ancla utilizando cabrestantes era normalmente tardío. Aunque perder el ancla es algo indeseable para un capitán, en todo caso es preferible hacerlo antes que perder el buque.
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