lunes, 29 de septiembre de 2008
ARMADA 6
La armada antigua. Economía alimentaria abordo.
Considerando la permanente escasez abordo, no era dable permitir a ninguna persona el pecado de desperdiciar la comida. En caso de que alguien dejara algo sin consumir en una de sus comidas (algo muy raro por cierto) , no le estaba permitido arrojarla al mar por la borda. Primero porque el viento hacía que se salpicaran las cubiertas y éstas se manchaban. La limpieza era un factor esencial en esta parte del barco, ellas se cepillaban con esmero y se lavaban constantemente. Segundo porque los desperdicios lanzados al mar , acostumbraban a los tiburones (*) a permanecer pegados alrededor del barco , siguiendo sus aguas y eso no tenía un aspecto muy agradable en caso de que algún infeliz se cayera al agua accidentalmente, como sucedía muy a menudo. Para evitarlo se encontró una práctica solución, que además podía ser aprovechada para mejorar el bienestar de los residentes . Un tonel de mediano tamaño, con una tapa movible era colocado en las cercanías de la cocina . En ese recipiente se depositaban todas las sobras de las comidas, teniendo cuidado de no echar en él cosas que fueran contaminantes, como conchas de frutas, zapatos viejos, cucharillas rotas y mucho menos pedazos de vidrio. Ese tonel, conteniendo de todo un poco (restos de carne, galletas, avena del desayuno, garbanzos, pedazos de tocino, trozos de funche, arroz blanco, caraotas rojas, huesos, papas , cebollas, cabezas de pescado, sardinas, camarones, mejillones, residuos de pan, y cualquier otro menjurje) era vaciado al caer de la tarde por órdenes del Maestre Cocinero en una olla sopera de gran tamaño. Mezclados con agua , manteca y aliños al gusto, los desperdicios eran reciclados en la forma de un delicioso asopado que se vertía después en un puchero mantenido cerca de los fogones. Por allí desfilaban afanosamente todos aquellos que montaban los turnos de guardia nocturna de cuatro horas y que sufrían aquella desagradable sensación de cansancio, mareo, sueño, frío, fastidio y sobre todo...mucha hambre. Llenar su propia escudilla con sopa caliente a las dos de la madrugada, traficando el Atlántico Norte en pleno mes de febrero, parecía para cualquier mortal una bendición de Dios, sin reparar demasiado en su procedencia. De allí nació la expresión aquella de que "lo que no mata engorda". Al amanecer nada quedaba del contenido del puchero y se eliminaba así la necesidad de lanzar los desperdicios al mar. En forma chistosa, los marineros llamaban al sitio donde estaba el recipiente colgado, "la taberna del ahorcado", "la caldera del diablo", "el pozo del infierno"o cualquier otra barbaridad caprichosamente inventada por alguno de ellos, pero que muy rápidamente era repetido por todos jocosamente. Por regla general, los marinos de esas épocas solían ser muy alegres y casi nunca sujetos amargados. Algunos solían bautizar al puchero haciendo referencia maliciosa al nombre del propio cocinero-que siempre por alguna razón o por otra, era muy conocido y popular entre la marinería-, por ejemplo la llamaban "la tinaja de Felipe"suponiendo que fuese ese el nombre del cocinero, o "el puchero de Vittorio"en otro caso particular. Como cosa curiosa y digna de relatar, en casi todos los buques de la Armada de cualquier país, hubo siempre cocineros llamados Manolo, Felipe, Vittorio, Benito o Kyriakos. Pero nunca hubo por cierto, alguno que se llamara Horacio y mucho menos Nelson. Esos nombres se destinaban a otras tareas menos grasosas.
Lo mas escaso abordo era el agua dulce, se repartían diariamente raciones muy limitadas, algunas veces mezcladas con ron que los marineros ahorraban para mejores oportunidades o para negociar con sus semejantes. En ocasiones el agua se dañaba y ese hecho creaba severas crisis abordo. Hubo casos en que la escasez de agua llegó a producir motines de muy graves consecuencias. Para el baño, para la limpieza y para lavar la ropa se utilizaba agua de mar, que los hombres recogían con un balde atado a una cuerda. En las áreas destinadas a la marinería y la tropa no habían letrinas. El mar hacía sus veces a través del famoso balde de madera atado a un chicote de un cuarto de pulgada. Hubo marinas (y todavía las hay) donde bañarse no era obligatorio.
En el sector correspondiente a la oficialidad de mando (cuadrado de oficiales), en plena popa existía un lugar llamado tradicionalmente "los jardines"con ciertas aberturas practicadas en el piso por donde se lanzaban las excretas al mar. Se le llamaba "jardin"a ese lugar, no porque oliera a rosas precisamente sino porque a su alrededor se acostumbraba a colocar arbolitos cultivados en macetas con el solo propósito de ocultar a vistas extrañas la presencia de los orgullosos y aristocráticos oficiales comprometidos en aquellos menesteres de "vaciar la bacinilla"al amanecer. Los retretes automáticos solo vinieron a conocerse en tierra firme a finales del siglo XIX y en las armadas ya bastante avanzado el siglo XX. En los ejércitos de tierra por su parte, esa tecnología nunca hizo falta por razones obvias.
(*) Los tiburones eran muy adictos a comer marineros ingleses, no se conoce la razón aunque se presume que era por lo bien alimentados que estos estaban. Por los marinos españoles, se dice que no tenían mucha preferencia, tal vez porque los hispanos eran muy mal hablados y de tanto maldecir, tenían mal sabor. En cuanto a los marineros franceses, de ellos se sabe poco. Era muy difícil que los tiburones se los comieran porque los franceses raramente se acercaban al agua. (Se non e' vero e' ben trovatto)
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