Miranda Precursor.
Primera salida de Aruba.
Cumplida como fué la fase de adiestramiento de los soldados y arreglados algunos detalles de abastecimientos, al amanecer del 16 de abril zarpa la expedición de nuevo. Una goleta inglesa de 6 cañones al notar la presencia de la flotilla en Aruba se les había acercado para averiguar sobre sus intenciones. Su comandante, el capitán Phillips sostuvo una larga conferencia con el general Miranda y tuvo aparentemente acceso a algunos documentos relacionados con la expedición y sus objetivos, que el mismo general hubo de confiarle sin mayores precauciones.
Seguramente le habló a Phillips de los planes que venía adelantando, de la anuencia asegurada por parte de las autoridades británicas y de las promesas de oportuno apoyo que le fueron dadas en alta mar por el capitán John Wright de la fragata británica “ HMS Cleopatra” el dìa 13 de febrero de 1806 , a eso se debía su impaciencia no disimulada por encontrar naves inglesas en cualquier parte, que según su esquema mental un tanto ilusorio, lo buscaban afanosamente para ponerse a sus órdenes. Poder navegar escoltado por una bandera inglesa le habría hecho sentir totalmente seguro y hasta envanecido.
Al zarpar la flotilla mirandina, también zarpó con ellos´la goleta inglesa , y continuó acompañándolos por varios días, manteniéndose en estación a una distancia prudencial. Miranda llegó a afirmar entre sus colaboradores inmediatos, que el capitán Phillips se había comprometido a no abandonarlos si la proyectada invasión a Costa Firme se ejecutaba antes del 25 de abril, por eso la prisa que tenía Miranda de llegar pronto a Bonaire. Esperaba encontrar allí muchas naves británicas.
Miranda Precursor.
La travesía de Aruba a Bonaire con dificultades.
La travesía desde Aruba a Bonaire no fué todo lo feliz que se hubiera podido esperar. Aquella órden dictada por Miranda para que un “oficial de dìa” estuviera pendiente de todos los sucesos a bordo del “Leander” para informárselos constantemente, generó cierta repugnancia entre toda la tripulación que se sentía vigilada. Esas medidas podían estar justificadas en los campamentos y cuarteles de tierra, pero su aplicación a bordo de un buque navegando no era un asunto tradicional y mucho menos oportuno;los marinos no estaban acostumbrados a ese régimen y lo percibían como una interferencia inútil y hasta ridícula por parte de los militares embarcados. Por esa razón se negaban obstinadamente a colaborar en su cumplimiento. Ante la negativa manifiesta, Miranda personalmente inició una campaña de hostigamiento contra todos aquellos que manejaban el buque. Pretende cuestionar-como si él mismo fuera un experimentado marino- el desempeño del capitán y el de sus oficiales de abordo.
Cuestiona la forma como se está desarrollando la navegación, regaña a los pilotos a cada momento y opina sobre asuntos específicos que evidentemente ignora o desconoce. Cuando alguno intenta- respetuosamente- justificar profesionalmente la razón de ciertos procedimientos y que a lo mejor para el general podrían parecen inexplicables, monta en cólera, se muestra impaciente , neurasténico, porfiado y hasta agresivo. Ha llegado inclusive a maldecir al capitán y a los pilotos porque el barco no responde a sus particulares deseos, los acusa de desleales y negligentes y los amenaza con someterlos a castigos imaginarios cuando se le presente la primera oportunidad.
Como es natural en estos casos, muchos lo miran de soslayo y se burlan disimuladamente de él, en su ausencia lo tildan de “anciano melindroso”( fussy old man) y otros términos no menos ofensivos. Evidentemente el general en jefe está sumergido en una profunda crisis de emotividad, producto sin duda de las tremendas presiones y responsabilidades que lleva sobre sus hombros. Parecería haber perdido el control de sí mismo y la necesaria serenidad. Los supersticiosos, que por tradición abundan entre los marinos, han llegado a insinuar que la empresa, el buque y el viaje mismo están embrujados, que una maldición sutil los acompaña debido a la mala influencia que una cierta persona –supuestamente el general- arrastra consigo.
Estando cerca de Curazao en ruta hacia Bonaire una tempestad nocturna castiga en forma inclemente y por largas horas al “Leander “ y a las goletas que le siguen.
Por mucho que se intentó controlar el rumbo, el resultado final fué una sensible desviación hacia sotavento. Se repetía la misma historia de días pasados, el buque perdió temporalmente el control , se salió de la ruta trazada y volvió a ser dominado por los vientos, acercándose de nuevo sin querer a las aguas españolas. Hubo seguramente errores e inexperiencia de pilotaje, impericia del timonel o mala intención quizás, o todas las cosas juntas. Daba la impresión de que “una mano misteriosa” estuviera interesada en fabricar retrasos y otros inconvenientes para que se malograra la misión.
En verdad, tantos contratiempos seguidos no parecían ser cosa normal. ¿Qué tenía que responder el capitán Lewis sobre esto? Para Miranda era este un asunto que requería ser investigado con mayor precisiòn.
Miranda Precursor.
Un Consejo de Guerra.
Ante las dudas planteadas, Miranda decidió reunir abordo, un llamado “Consejo de Guerra”que se encargaría de examinar los acontecimientos y juzgar- si eso era factible -la competencia profesional del capitán Lewis. Las evidencias y testimonios reunidos, indicaron que el tercer piloto responsable del turno de navegación, al quedarse dormido descuidó momentáneamente la vigilancia sobre el timonel de guardia quien era algo inexperto , una ráfaga de viento llegó de frente parando la arrancada y dejando sin acción al timón de la nave.
El buque quedó descontrolado y al garete, viró sobre sí mismo para ser arrastrado por el viento que le soplaba ahora directamente por la popa. En esa peligrosa emergencia se mantuvo el “Leander” hasta que con mucho esfuerzo de la marinerìa levantada en auxilio, se pudo aliviar la inmensa presión ejercida sobre las velas y recuperar entonces el manejo efectivo de la nave.
El informe final del Consejo fué en algún modo sesgado, poco objetivo, demasiado apresurado y tal vez inoportuno . A muchos les parecìó que había sido redactado solo para complacer a Miranda y no para aplicar justicia.La sentencia se inclinó a crear dudas sobre el mando de la nave, es decir fué tajantemente desfavorable para el capitán Lewis.
El rompimiento fué como se esperaba, tumultuoso. Lewis al serle informada la sentencia, estalló en una cólera terrible, pareció de momento estar enloquecido y sin medir las consecuencias emitió expresiones muy duras hacia Miranda,señalándolo con el dedo. Manifestó casi a gritos que renunciaba a su grado y empleo militar en la expedición, que nada tendría que ver con “esa locura” de ahora en adelante y que se declaraba por su propia voluntad, liberado de todo juramento anterior y de la obediencia debida al general en jefe. Se proclamó igualmente como la máxima autoridad a bordo del buque y que permanecería en su puesto de capitán con el solo y único propósito de proteger a su marinería y a los intereses del armador (Ogden), de quien decía ahora depender.
El general por su parte replicó con similar o peor violencia verbal. Lo más asombroso de este incidente fué el hecho de haberse producido en el puente, delante de los subalternos de la tripulación, quienes aterrados por la gravedad de los acontecimientos, guardaban un absoluto y ominoso silencio.
Los ánimos se lograron calmar –un poco - gracias a la intermediación que entre ambas partes ejerció el coronel Armstrong. Con problemas o sin ellos, no había mas remedio que seguir adelante, llegar prontamente a Bonaire donde el general Miranda daba por segura la presencia de una importante fuerza naval británica que supuestamente ” habìa sido mandada en su apoyo”. El general há debido tener una total confianza en este asunto, solo así se explica que, sin inmutarse haya seguido adelante en sus propósitos, sin llegar a pasearse -como era prudente -en la posibilidad de suspender o postergar la misión hasta presentarse mejores coyunturas.
Aquel proyecto inicial de reclutar a gran parte de los marinos del “Leander”para que se convirtieran en soldados de la fuerza de desembarco estaba por venirse abajo. Los marinos manifestaron esta vez su completa solidaridad y lealtad hacia su capitán y afirmaron que no desembarcarían a menos que Lewis así lo autorizara o que se pusiera a la cabeza de ellos. En otra forma no habría acuerdo posible. Y aseguraban además que “habían sido contratados para manejar el barco, y no para ponerse a pelear en guerras ajenas”.
Sin contar con los marinos de la tripulación (alrededor de uno 150 hombres), el ejército de Miranda quedaría reducido solamente al puñado de voluntarios que se habían incorporado en Nueva York, unos 40 o 50 a lo máximo.Era un número demasiado reducido para un proyecto tan exigente. Claro, a menos que se estuviera contando desde ya con los “ numerosos contingentes y pertrechos abundantes” que según repetía Miranda sin cesar, serían proporcionados por los britànicos.
La goleta “Bee” también había sido dañada en el temporal que zarandeó al “Leander” Su palo mayor se salió literalmente de su base y pronto se vió en dificultades. El “Leander” debió entonces amadrinarse a ella y con sus recursos de abordo procuraba remediar la situación, enviando su equipo de carpinteros para reparar los daños. Para no perder un tiempo precioso, se decidió que el mayor Thomas Donahue continuara - a bordo de la “Bacchus”- hacia Bonaire con instrucciones del general de hacer contacto con las unidades británicas que supuestamente le esperaban fondeadas en la isla.
Los cálculos (del general) estaban siendo demasiado optimistas, esperaba encontrar allí una o dos fragatas -por lo menos -que con otros buques pequeños lo acompañarían en su invasiòn a Costa Firme. Ni sombra de eso encontraron.
jueves, 18 de febrero de 2010
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