martes, 23 de febrero de 2010

ARMADA 47

Miranda Precursor.
Trinidad. El Ocaso de un Proyecto.


En Trinidad se había tenido yá conocimiento de la llegada de Miranda. Algunos de los comerciantes y empresarios de la Isla, y muchos notables de la población manifestaron tumultuosamente para protestar por este acontecimiento. Pidieron al gobernador Sir Thomas Hislop que no permitiera el desembarco del personaje por considerarlo indeseable y dañino para la sociedad trinitaria. Argumentaban que su presencia causaría perjuicios en el comercio entre ellos y los de Costa Firme, que eran realmente quienes proveían al la isla de sus necesidades básicas.

Los habitantes de Costa Firme habían manifestado en anterior oportunidad, su reticencia a continuar comerciando con la colonia inglesa cuando aquella acogía con beneplácito las actividades de un enemigo jurado de España.
Debe recordarse que Trinidad había sido por 300 años una colonia española y apenas habían transcurrido ocho años de pertenecer a Inglaterra. Por esa razón, la mayoría de los residentes en la isla eran solidarios con los españoles, guardaban todavía fidelidad a la Madre Patria y hasta tenían lazos de familia con la gente de la Costa. Además, en Trinidad residía un nutrido grupo de familias coloniales francesas que allí habìan logrado asilo, huyendo de las atrocidades que en Haití habían presenciado y hasta sufrido, en los días de la rebeliòn de los esclavos “cimarrones” y después durante la Revolución Francesa.
Por ser aliados los franceses de España y por tener hondos recelos sobre “nuevos revolucionarios” como etiquetaban a Miranda y los suyos, se unieron a las manifestaciones de repudio al saber el arribo de aquellos en Trinidad, convencidos que eran más de lo mismo.
No fué recibido ahora con la “dignidad" de su visita anterior, ya no podía contar con el alojamiento privilegiado en la Casa de Gobierno debiendo conformarse esta vez con una humilde habitación alquilada a un particular (cerca del puerto) y cuyo pago debía compartir con un oscuro teniente inglés.
Hislop el Gobernador, caballeroso y humanitario no aceptó expulsarlos a todos como se lo habían solicitado los representantes de la sociedad, por el contrario; les ofreció su hospitalidad y protección hasta donde le fuera polìticamente posible, aclarando- eso sí- que dicha hospitalidad debería estar acondicionada a un determinado comportamiento por parte de los huéspedes. Prohibió expresamente que el personal expedicionario vistiera su uniforme militar -en tierra- dentro de su jurisdicción y exigió-perentoriamente- no realizar actividades que pudieran considerarse hostiles contra la soberanía de España en sus colonias de Costa Firme.

Muy difìcil como se vé, era la situación para los integrantes de la ya maltrecha “expedición colombeiana”. No pudiendo vestir sus uniformes de dotación, debieron "improvisar" ropas de paisano para bajar a tierra.
Eso les daba un aspecto andrajoso, sucio y miserable, y por supuesto llamaba mucho la atención. Carecían de dinero con que comprar ropa nueva, inclusive les faltaba lo mínimo necesario para poder alimentarse, así que debían acogerse a la bondad de aquellos pocos que pudieran proveerla. Un contingente relativamente numeroso, en condiciones tan paupérrimas, en tierra extraña y sin esperanzas de recuperación, pronto habría de convertirse en “una turba de indeseables”, que en lugar de alabanzas recibía rechazos, desprecios y maltratos por doquier.

Nada podía Miranda hacer para corregir esta triste situación. No tenía recursos de ninguna especie, y prefería entonces por impotencia y vergüenza, no dejarse ver la cara con su propia gente. Entre éstos, los de mayor iniciativa, optaron por dirigir una desesperada petición al Gobernador mismo, solicitando sus buenos oficios para que álguien se ocupara al menos del bienestar colectivo.
El asunto amenazaba en convertirse- o se había convertido ya -en un problema de órden público para las autoridades locales. Se hablaba de robos y raterías, de deudas no pagadas y de malvivencia notoria. Así el gobierno local debió tomar cartas en el asunto, judicialmente se dispuso intervenir la única propiedad visible de la expedición, el “Leander” y su inventario. El bergantin y los bienes que contenía abordo, fueron vendidos en pública subasta- a muy bajo precio por cierto- y con el escaso producto de la venta se procedió a paliar algunas necesidades urgentes, deudas a terceros sobre todo. También con los sobrantes se cancelaron - parcialmente -los servicios a los pocos de la tripulaciòn que por necesidad y nó por vocación habían permanecido a bordo “cuidando” de la nave.
La expedición de Miranda terminó disolviéndose por sí sola. La mayoría, casi todos norteamericanos de New York y Filadelfia, optaron por regresar a su país de orígen gracias a la bondad y patriotismo de algunos capitanes, también americanos que se comprometieron a transportarlos de regreso . Viajarían como supernumerarios, pagando con su trabajo abordo el costo de su manutención. Los subditos ingleses de la expedición también se dispersaron como mejor les convino. Para ellos y para todos había terminado un sueño convertido en atroz pesadilla.
Miranda acoquinado escribía cartas e informes a todo el mundo. A las autoridades de Inglaterra llegó a saturarlas con solicitudes de apoyo. No obtuvo respuestas en ningún caso. Envió emisarios con el mismo propósito y los emisarios fracasaron igualmente, optando éstos por abandonar la empresa y tomar otro camino.
Al final Miranda, decepcionado decidió ir él en persona a Inglaterra a finales de 1807. Cuando llegó, las cosas habían tomado un giro inesperado. Napoleón había invadido a España, su antigua aliada. Salía ahora Inglaterra en defensa de España involucrándose en lo que en la península se llamó la “Guerra de Independencia”.
Mal podría Miranda en esas circunstancias, aspirar a que Inglaterra apoyara sus esquemas de conquista sobre las colonias de quien era precisamente ahora su aliada.





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